Somos historias con un cuerpo

Veo historias en los cuerpos de los otros. Sus curvas, sus manchas, las formas de sus músculos, la manera como cruzan los brazos, como colocan una mano sobre la otra, el cruce de sus piernas.

Veo un lunar en la mejilla derecha de la cajera de la tienda, y si miro con detenimiento aparece la noche en que su novio le besó el lunar y le dijo que el centro de su cuerpo no era su propio ombligo, sino ese lunar perfectamente redondo. En la mano morena del chico que me sirve el té se delata la primera vez que acarició a su gata dorada y enclenque, después de haberla recogido en el parque detrás de su casa. En los ojos del indigente veo la necesidad de huir de una vida repleta de sinsentidos.

Veo mi clavícula izquierda en el espejo. Detallo su densidad, su dureza, la curva que termina en el hombro. La recorro con las yemas y no solo puedo ver, sino que puedo tocar muchas noches con distintos exnovios. Se me aparece el primer beso en la parte de atrás de un carro; la colilla del cigarro caída en la sábana de mi cama; el pecho blanco que se acerca. Y en esos exnovios puedo ver más historias en sus escápulas, en los huesos que le dan forma a sus caderas.

Somos historias con un cuerpo. Cada experiencia se incrusta en los poros, a la disposición de una mirada detenida que logre sacarla a la superficie, con el único objetivo de ser transformada en cuentos, en novelas, en páginas llenas de palabras.

El proceso creativo no es más que eso: un detenimiento en los detalles, una reflexión sobre las arrugas del cuerpo.

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